JOSÉ MÁRMOL: EL MILITANTE DE LA RESISTENCIA AL QUE DIERON POR MUERTO

Los barrios de Rosario eran un hervidero de la Resistencia Peronista. El 24 de septiembre de 1955, comenzaron a formarse barricadas sobre las vías para impedir el avance de las tropas que llegaban de Corrientes. En la esquina de 27 de Febrero y Ovidio Lagos, cuando vio que se acercaban los militares, José, se subió a una escalera, se envolvió en una bandera argentina y alcanzó a gritar: “¡Viva Perón, carajo!”. Un tiro le perforó el hombro derecho muy cerca del cuello y lo bajó de lo alto. La herida tiñó de sangre la esquina.

El golpe cívico militar que derrocó a Perón en septiembre de 1955, no fue incruento, hubo resistencia, y también heridos y fallecidos.

La historia de José Mármol es la crónica de un militante de la Resistencia Peronista. En su cuerpo guarda las marcas de aquellos días y en su memoria los recuerdos aún presentes de ese pibe de 19 años y trabajador de Parques y Paseos de la Municipalidad de Rosario que le puso el cuerpo a una causa. “A un ideal”, lo define. Sesenta y seis años después, José Mármol camina nuevamente por esa esquina, cerquita de una farmacia y de una placa colocada por el Concejo Municipal en 2005 que reza: “El 16 de septiembre de 1955, el pueblo rosarino salió a las calles, en toda la ciudad, contra el golpe antipopular. En esta esquina se libró, el 24 de septiembre, una batalla heroica”. José mira el día soleado, sonríe y dice: “Hoy es un día peronista”.

Cuando el 24 de septiembre de 1955 vio que llegaban las tropas desde el norte por Ovidio Lagos, José se subió a una escalera, se envolvió en una bandera argentina y alcanzó a gritar: “¡Viva Perón, carajo!” Fue solo un instante. Un tiro le perforó el hombro derecho muy cerca del cuello y lo bajó de lo alto. Quedó tendido en el piso y la herida tiñó de sangre la esquina de Lagos y 27 de Febrero. Un oficial de bigotito le dio un culatazo en el cuerpo y lo subieron a un camión como si fuese una bolsa de papas. Pasaron meses hasta que su familia tuvo noticias de él. Lo habían dado por muerto.



Cada 24 de septiembre José regresa a esa ochava del sur rosarino, bien enfrente del Estadio Municipal, para recibir homenajes como emblema de la resistencia. Por la pandemia, esta tarde el acto será a las 17 en la departamental del PJ Rosario, en Sarmiento 1735.
Transcurrió su infancia en la zona que hoy se conoce como La Siberia. En esa geografía portuaria y ferroviaria se ganaba la vida cantando tangos por unas monedas en las fondas del barrio. También pasaba tiempo en las reuniones de los obreros de La Fraternidad. Hijo de un guardabarreras, dice que su despertar político comenzó de niño. “Prácticamente nací con la militancia y el idealismo peronista. Nací en el 25 de mayo de 1936 y en el 43, cuando tenía 7 años, le leía los diarios a mi madre que no sabía leer. Eso me fue entrando como chuza en mi cuerpo, en mi corazón y en mi alma”, dice Mármol.

Tenía 9 años cuando llegó el 17 de octubre y aún se lamenta no haber podido presenciar esa bisagra de la historia argentina. El de las patas en la fuente y del discurso del líder que regresaba de la Isla Martín García con un mensaje de unidad de los trabajadores. “Teníamos los pases gratis, pero mi padre, como sabía que era tan travieso me lo prohibió. Para mí fue un hecho memorable y resonante que sigue estando en mi retina y en mi mente”, dice el viejo militante. Entre sus pertenencias aún guarda un librito color sepia de 1948 que en su tapa dice Doctrina Peronista.

El golpe de septiembre del 55 encontró a José Mármol colgando estandartes de Perón y Evita. Pero dice que no hay que olvidar lo que pasó tres meses antes, el 16 de junio, cuando aviones de la Marina y el apoyo de la Fuerza Aérea bombardearon la Plaza de Mayo. En sus costados llevaban el símbolo de una cruz sobre una V: Cristo Vence. “Todo ese sigue impune”, se lamenta José. Sobre todo porque ya muchos de los responsables de aquel atroz bombardeo “han muerto con la memoria limpia”.

De aquellos meses comenta que lo que circulaba de información llegaba a cuentagotas. Alguno que otro tenía una radio portátil o eléctrica, pero lo único que recibían eran los anuncios oficiales. No había detalles, pero el boca a boca comenzaba a crecer. “El general Lonardi asumirá hoy el gobierno provisional de la nación”, decía el título de La Capital del 23 de septiembre del 55. En esa misma página se informaba que el teniente coronel José Manuel Lorenzo era designado como interventor de la intendencia rosarina.

Los barrios de Rosario eran un hervidero de la Resistencia Peronista. Los militantes de las seccionales estaban decididos. Comenzaron a formarse barricadas sobre las vías para impedir el avance de las tropas que llegaban de Monte Caseros (Corrientes). La equina de 27 de Febrero y Ovidio Lagos era punta de línea del tranvía 15 y era salida hacia la ruta a Buenos Aires. Era una intersección clave.

José Mármol recuerda que cerca de las 9 de la mañana del 24 de septiembre unas 200 o 300 personas de los barrios de la zona concentraron en esa esquina. Una hora después comenzaron a divisar helicópteros del Ejército con las inscripciones “Cristo Vence” que arrojaban bombas. Cuando caían las recogían y rápidamente las colocaban en baldes con agua para contener la explosión. José recuerda aún hoy a aquel joven de barrio Alvear no logró hacerlo a tiempo y la bomba le estalló en las manos. Cerca del mediodía pasó un camión con soldados del Regimiento 11 de Infantería, a los que trasladaban castigados por negarse a participar de la represión. Uno de los soldados era Juan Carlos Biaggioli, un jugador de Central amigo de José que le gritó: ¡Negro, váyanse que vienen de Monte Caseros con orden de matar!”.

Por la tarde, cuando en la esquina había una multitud de militantes de distintos barrios como Bella Vista, Carlos Casado y Las Delicias, comenzaron a divisar a las tropas que llegaban abriendo fuego por Lagos, en dirección norte-sur. A la mañana José se había subido a una escalera para poner un estandarte de Perón y Evita. Con esa misma escalera se trepó a lo alto, a la altura de los cables del tranvía y se envolvió en una bandera argentina. Lo que siguió fueron disparos, heridos, corridas, detenciones y búsqueda de un refugio. La bala que bajó a José lo desplomó en el suelo. Después llegó ese culatazo con el fusil que le dañó el riñón. Alcanzó a decirle a quien era su novia —y luego su esposa— que se fuera. No hubo tiempo para más: lo cargaron en un camión junto a otros 20 detenidos. En el trayecto logró ver francotiradores en algunas esquinas. Cuando llegó al Comando de Córdoba y Moreno le escupió la cara a un oficial, que le respondió con un puñetazo. Recibió asistencia en Rioja y Balcarce, donde quedó incomunicado. Su familia no sabía dónde estaba y por meses lo dieron por muerto. Lo último que habían visto de él era esa enorme mancha de sangre que dejó en Lagos y 27 de Febrero. En esa época también practicaba boxeo y no duda que se salvó gracias a su fortaleza física. Al día siguiente, La Capital publicó una nota donde daba cuenta de los manifestaciones que se produjeron en distintos puntos de la ciudad y habló de un saldo de 25 muertos y 55 heridos.

Lo operaron del riñón el 3 de diciembre en el Hospital Español y un día después se reencontró con su papá.

—¿Qué hiciste hijo?
—Nada viejo, lo que tengo acá, en el corazón, el idealismo. Pero no te hagás problemas. En el bronce no vamos a estar, pero en el mármol sí.
“Con honra –dice José– si tuviese que volver a repetirlo lo haría de todo corazón, porque Perón y Evita dieron dignidad a un pueblo sufrido de hambre y miseria”.

Muchos años después, en una charla sobre la Resistencia Peronista en Rosario, José escuchó a un hombre contar que siendo niño presenció los episodios del 24 de septiembre y cómo vio la muerte de un hombre al que le dispararon cuando estaba trepado a una escalera. Al final se le acercó y le dijo: “Todo lo que cuenta es cierto, pero hay un error. Ese hombre no murió, porque soy yo”.

Fuente: lacapital.com.ar